Tras la vuelta de Semana Santa, hemos estado hablando en clase sobre qué habíamos hecho durante las vacaciones. Entonces compañera ha dicho que había perdido una pulsera, muy afectada por ello. Y sintiéndome con el derecho equivocado de juzgar, he pensado que menuda estupidez y que ojalá todas las pérdidas fueran como esa.
Durante Semana Santa se ha cumplido un mes de la mayor pérdida de mi vida. Mi abuelo, tras esperar para conocer a su primera biznieta, dejó de luchar por seguir en esta vida, pero sabiendo que se iba tranquilo con la vida que había tenido. Nunca escuché su voz, pues tres meses antes de que yo naciese le operaron y se quedó sin la virtud de comunicarse mediante el habla. Pero curiosamente ha sido la persona de mi familia que más me ha comunicado. Gracias abuelo por esos 92 años que has dejado que el mundo te disfrutase.
Sé que es un gesto feo haber desprestigiado el comentario de mi compañera sobre mi pulsera, pero creo que en el tema del dolor todos somos unos egocéntricos y creemos que nuestros problemas son más importantes y desgarradores. Y es que en un primer momento sólo nos fijamos en el tema del problema, y no en el sentimiento que nos evoca, y quizá la situación más tonta y el momento más duro realmente pueden provocar un mismo dolor.
No se debe juzgar a nadie pero somos seres impulsivos y a veces no podemos evitarlo. Lo realmente importante es usar después la razón para comprender que todos tenemos el derecho a que nos respeten por nuestras sensaciones y sentimientos, vengan del motivo que vengan.
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